No está hecha para los
dedos, no está hecha para los ojos o los oídos, y sin embargo está hecha para
ser sentida. Su desafío consiste en mantenerse como algo difuso y sin formas
mientras que no deja de respirarnos en la nuca y solaparse a nuestra propia
sombra. Darle un nombre no es más que otro torpe intento de hacerla más
manejable, de dibujarle un rostro al que poder mirar a los ojos. Lo llamaremos
la materia abstracta y probaremos a creer que nuestra brújula tiene algo
parecido a un norte.
No puede ser percibida
pero insiste en hacerse notar, un resquemor erizando las emociones, un animal
extraño rascando en la parte de atrás del cerebro, así que de algún modo es y
está, y aquí es donde empieza la maldita tarea de intentar darle forma.
Para algunos está en
los días de lluvia, para otros en las luces eléctricas que salpican la noche,
en lugares abandonados o en carreteras que se disuelven en el horizonte, está
aquí y allá una y otra vez, llegando desde fuera o llegando desde dentro. Una
tierra sin lugar que aunque se deja cartografiar nos llama a trazar rutas que
regresen a ella para reencontrar lo que sentimos una vez.
Se trata de la fibra
que intentan tejer los contadores de historias, la arcilla que deben moldear
los músicos, o la mancha a domesticar por el pintor, eso que dice que hay
trabajo por hacer y que debe hacerse antes de que algo se pierda para siempre. Está
antes de la emoción, antes de la idea, antes del lienzo en blanco y antes de la
imagen, es el motor que mueve a cruzar toda esa distancia al final de la cual
debe, por fin, haberse encontrado algo. Algo finalmente tallado y moldeado, un
reflejo de aquello que no tenía forma. No es una labor que conceda muchos
éxitos, el final rara vez se parece al principio, el propósito de esa materia
abstracta no es ser capturada, sino ser heredada, llegar a donde alguien más pueda
sentirla y considerarla de nuevo principio de algo para que su viaje nunca
acabe.
Y aquí estamos ahora,
al principio de algo incierto, en este lugar que no figura en los mapas y en el
que, con humildad y torpeza, trataré de compartir mis intentos por dar forma a
la materia abstracta, indicar donde podría habitar e
incluso hablar del trabajo de aquellos que han tenido más éxito que yo en esta
tarea, o, por qué no, de otros viajeros con los que comparto esta búsqueda.
El viaje podrá hacerme
vagar durante años o naufragar en el mismo puerto, pero empieza ahora.
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