lunes, 28 de diciembre de 2015

La materia abstracta




No está hecha para los dedos, no está hecha para los ojos o los oídos, y sin embargo está hecha para ser sentida. Su desafío consiste en mantenerse como algo difuso y sin formas mientras que no deja de respirarnos en la nuca y solaparse a nuestra propia sombra. Darle un nombre no es más que otro torpe intento de hacerla más manejable, de dibujarle un rostro al que poder mirar a los ojos. Lo llamaremos la materia abstracta y probaremos a creer que nuestra brújula tiene algo parecido a un norte.

No puede ser percibida pero insiste en hacerse notar, un resquemor erizando las emociones, un animal extraño rascando en la parte de atrás del cerebro, así que de algún modo es y está, y aquí es donde empieza la maldita tarea de intentar darle forma. 

Para algunos está en los días de lluvia, para otros en las luces eléctricas que salpican la noche, en lugares abandonados o en carreteras que se disuelven en el horizonte, está aquí y allá una y otra vez, llegando desde fuera o llegando desde dentro. Una tierra sin lugar que aunque se deja cartografiar nos llama a trazar rutas que regresen a ella para reencontrar lo que sentimos una vez. 

Se trata de la fibra que intentan tejer los contadores de historias, la arcilla que deben moldear los músicos, o la mancha a domesticar por el pintor, eso que dice que hay trabajo por hacer y que debe hacerse antes de que algo se pierda para siempre. Está antes de la emoción, antes de la idea, antes del lienzo en blanco y antes de la imagen, es el motor que mueve a cruzar toda esa distancia al final de la cual debe, por fin, haberse encontrado algo. Algo finalmente tallado y moldeado, un reflejo de aquello que no tenía forma. No es una labor que conceda muchos éxitos, el final rara vez se parece al principio, el propósito de esa materia abstracta no es ser capturada, sino ser heredada, llegar a donde alguien más pueda sentirla y considerarla de nuevo principio de algo para que su viaje nunca acabe.

Y aquí estamos ahora, al principio de algo incierto, en este lugar que no figura en los mapas y en el que, con humildad y torpeza, trataré de compartir mis intentos por dar forma a la materia abstracta, indicar donde podría habitar e incluso hablar del trabajo de aquellos que han tenido más éxito que yo en esta tarea, o, por qué no, de otros viajeros con los que comparto esta búsqueda.

El viaje podrá hacerme vagar durante años o naufragar en el mismo puerto, pero empieza ahora.

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